Acción realizada el 15 de septiembre de 2018 en el solar de Embajadores 18 dentro de la programación del Proyector.
LO DE SIEMPRE OTRA VEZ
En estos días he vuelto a presentar, en Proyector, una obra de hace más de quince años, el Vídeo del deseo. La obra surgió en un entorno “exótico”, totalmente desconocido para mi, un pueblecito de las montañas de Taiwan donde me habían invitado a realizar una intervención. Me pregunté qué podría aportar a los habitantes del lugar que no fuera invasivo ni pretencioso, y que fuera sin duda comprensible. Así, decidí grabar sus caras mientras formulaban un deseo y que posteriormente se expusieran públicamente esas imágenes. A las personas que había de grabar les daba unas instrucciones muy sencillas: durante medio minuto, aproximadamente, debían pensar ante la cámara en un deseo, en uno sólo, y no decirlo.
Un par de años después, en el contexto de unas jornadas artísticas realizadas en Lavapiés contra la especulación urbanística y la visibilización del problema de la infravivienda repetí el ritual que anteriormente había puesto en marcha en Taiwan. El motivo fue que durante la grabación de las imágenes para la obra con la que participaba se me hizo evidente que los habitantes de estas infraviviendas realmente esperaban que el vídeo sirviera para conseguir unas condiciones de habitación más dignas. Pensé que la cámara y la propia grabación el vídeo estaban funcionando como un pozo de los deseos, que estaban desarrollando una función mágica. Por tanto, la grabación se convirtió en un rito, en una acción principalmente simbólica.
De lo que me gustaría hablar ahora es de la recepción que ha tenido la obra el sábado pasado en su presentación en el festival. El hecho es que durante la acción se produjo, tanto en el público como en mí mismo, una sensación de fluidez y de bienestar, de la que fuimos conscientes todos. ¿Cómo explicar este fenómeno?
Las otras veces, la grabación y la exposición de los resultados no habían sido simultáneos. En esta ocasión, sí. Por otro lado, ocurría además que en una pantalla, adyacente a la que mostraba el desarrollo de la grabación, se proyectaban aquellas imágenes grabadas hace más de quince años. La serie actual de deseos se inscribía en una historia. Una pantalla mostraba el presente y otra el pasado. Ambas mostraban lo mismo, algo que se repetía con ligeras variaciones, personas en el acto de desear, que en ese acto eran bellas e inocentes como niños. El público participante pasaba a engrosar un conjunto de sujetos de tiempos, razas, edades y géneros diferentes unidos en una misma forma, en un proceso mental y corporal que les identificaba como pertenecientes al grupo humano, pero no como una masa, ya que el deseo, como el sueño, nos individualiza.
Para Walter Benjamín resultaría posible representar la historia del arte como la oposición entre el valor ritual de la obra y su valor de exposición. Así “la producción artística comienza con imágenes al servicio de la magia, que deben enteramente su importancia al hecho de existir, no al de ser vistas”. Benjamin hace derivar lo expositivo de lo ritual y prevé que la función artística, basada aún en el valor de exposición, sería reconocida como accesoria en el futuro. Quizás, lo bueno de esta última presentación del Vídeo del deseo es que en ella ese movimiento dialéctico parece aquietarse en un lugar intermedio entre lo ritual y lo expositivo.
Si tal síntesis se hubiera dado en esta obra, habría sido seguramente gracias a la acción del receptor, a que a éste se le dio la oportunidad de participar en el rito siendo simultáneamente artífice necesario de la obra y portador de la función expositiva. Porque, cuando no es un mero colaborador manipulado ni el falso sujeto de una interacción, sino que, conociendo las claves de su participación, se expone en igual medida que el artista, entonces, el receptor es también artista.