Exposición realizada junto a Rafael SMP en el espacio de Cruce, Madrid entre el 18 de mayo y el 30 de junio de 2017. Acrílico sobre papel, a partir de un montaje fotográfico de Fernando Maselli. Medidas aproximadas 500 x 380 cm.
Texto de sala
En nuestro anterior proyecto, La Isla, nos dio absolutamente igual sobre qué imágenes trabajar. Como las imágenes del archivo que manejábamos estaban muy cargadas de militancia, intentamos zafarnos de toda intención escogiéndolas al azar. Entonces, no habiendo pintando nunca el uno y llevando varias décadas sin pintar el otro, nos dedicamos a ello con disciplina y deleite, ya se tratara de pintar guerrillas latinoamericanas o mercadillos de artesanía popular.
Ahora hemos hecho una elección. Entre pintar el meteorito Eros o pintar la imagen de un pueblo en revolución, nos decidimos por este último motivo. Partimos del montaje fotográfico que Fernando Maselli hizo de la acampada de la Puerta del Sol de 2011. Esta imagen nos impresionó por su masividad y su carácter inmersivo; por la armonía caótica de sus líneas y formas, unitaria en su fragmentación, callada en su ruido. Ante ese hojaldre de lonas uno se encuentra como delante de un fuego, o de un océano. Un reanudamiento interminable y complejo de pliegues y planos de tensión, entre los que puede descubrirse alguna persona deambulando por la ciudad que, de manera imprevista, le nació a la ciudad.
Acampadasol fue una proeza material: imagen, no del pueblo destruido, sino de su capacidad, su trabajo, su sensibilidad. Aunque no pocas personas han intentado intensificar la vida del espíritu 15m, la normalidad se terminó imponiendo para muchas otras. Creerse capaz de dirimir el sentido definitivo de las rupturas siempre resulta osado y, cuando se trata de valorar lo inmenso en su detalle o lo diminuto en su grandeza, sus límites y escalas se resisten a cualquier cálculo. De ahí, quizás, las metáforas astronómicas y naturales: las revoluciones sociales parecen meteoros que nos visitan muy de tanto en tanto. La actuación masiva y colectiva, igual que llega, de repente, desaparece después. Quizás, al final, hemos pintado a Eros.
Que nuestro modelo sea un montaje fotográfico compuesto de escenas tomadas en distintos días, intensifica la reflexión sobre la creación material que estaba teniendo lugar allí y renueva la vieja pregunta sobre la construcción de imágenes y su capacidad de servir de orientación hacia lo verdadero. De ahí el título de esta obra. Extraído del último de los grabados de la serie de los Desastres de Goya, hace referencia al momento de verdad y dignidad que pudo vivirse, aun con todas sus dificultades, en esta plaza y muchas otras. También se refiere al espíritu con que hemos enfrentado ese trabajo de pintura al que nos hemos dedicado los últimos cinco meses, un tiempo de acción interior y disfrute gratuito. Cuando la mentira, la corrupción, el interés, la barbarie, la deshumanización y la violencia se imponen, sólo cabe confiar en el trabajo honrado, colectivo o en solitario, pero solidario siempre, y en la dignidad que nos orienta hacia la paz y la abundancia.
Hemos dividido la imagen en 49 secciones y cada una de ellas ha sido pintada a cuatro manos, por turnos y en espacios distintos en las fases iniciales y de forma conjunta al final. Nos hemos limitado a un ejercicio de mímesis formal, restringiendo toda aspiración estilística. Pero ha existido un gesto de creación decisivo: fragmentar la imagen que el fotógrafo construyó de la acampada. Estos cortes realizados, según una lógica geométrica, individualizan las imágenes resultantes rompiendo la evidencia del conjunto, de modo que la lejanía panorámica desaparece y el detalle se acerca a un primer plano. Se produce así una suerte de abstracción/concreción que extraña cada una de las partes y reorganiza, para los sentidos y el entendimiento, el acontecimiento representado.
Vivido el tiempo de la creación y llegado el momento de su exposición pública, lo relevante ahora es el tiempo de la experiencia. Durante el trabajo de la pintura pero también ante la obra acabada, se nos ofrece un tiempo singular, más espacioso y menos inmediato, que nos permite acercarnos al asunto con nuevos ojos, deshaciendo lo ya creído/sabido. Invitamos a una contemplación que establezca cierta resistencia, al menos durante un momento, a la opinión, a la interpretación, la teoría o el discurso. Para ello hemos escogido el espacio de la asociación Cruce, tanto por su propuesta de entrelazar arte y pensamiento como por la complicidad de sus miembros con este proyecto.