Chapuzas a domicilio

Texto sobre Desaprovechamiento de 123.845.796 cm3. Málaga. 1999

Fernando Castro Flórez

«Allí estábamos, cubiertos con uniformes harapientos, maduros prematuros entre las ruinas. Eramos escépticos y dispuestos a comprobar siempre cada palabra y a no creer a ciegas. Toda ideología rebotaba en nosotros» (Gunter Grass).

Nichos en una pared, unas vigas apuntalando dos cuadrados negros, un inmenso pasillo de madera que lleva directamente de la entrada a la salida, rejas proyectadas en los arcos de un patio, un recinto hermético que funciona como Monumento a la propiedad privada, un muro de ladrillo agujereado, un techo de escayola que ha descendido hasta obligar a caminar agachado para acceder al hueco central, un ventorro en la Universidad donde se gasta lo que se tienea, son algunos de los trabajos y proyectos de Fernando Baena, dotados de una manifiesta intempestividad. Estilísticamente pueden localizarse estas propuestas, por su contundencia fenomenológica y desprecio de elementos anecdóticos o figurativos, en el amplio contexto de las posiciones del postminimalismo. Podemos considerar con Rosalind Krauss al minimalismo, más que como una ruptura, como el cumplimiento del desarrollo de la escultura moderna, que coincidiría con el desarrollo de dos corrientes de pensamiento, la fenomenología y la lingüística estructural, en las que se entiende que el significado depende de la manera en que cualquier forma de ser contiene la experiencia latente de su opuesto, la simultaneidad que acarrea siempre una experiencia implícita de secuencia . La objetualidad sustituiría a una transcendentalidad de la obra de arte, pero al mismo tiempo reduciría el sentido a una deriva subjetiva. Está claro que en la encrucijada contemporánea no basta, como pretende Serra, con afirmar que esto es lo que hay, puesto que el contenido crítico de ese poner las cosas en su sitio puede deslizarse sin estridencias hacia el cinismo. La noción de pluralismo estético debe ser reemplazada por una descripción más eficaz del arte del presente, atendiendo a la noción de index. Se ha producido un pasaje de la categoría de icono a la de índice, así como un desplazamiento teórico, donde una estética de la mímesis, de la analogía y de la semejanza da paso a una estética de la huella, del contacto, de la contigüidad referencial: transición del orden de la metáfora al de la metonimia . Esto afecta no sólo a «lo fotográfico» sino que supone, simultáneamente, una redefinición del comportamiento escultórico, en el que se incluye, como ya he indicado anteriormente, una narratividad biográfica, esa implicación (barroca) del sujeto en el pliegue de lo concebido. Fernando Baena radicaliza las sensaciones del «espectador», obligándole a recorrer recintos claustrofóbicos, más allá de la actitud conteplativa ante la trama que para él adquiere una tonalidad tanto arquitectónica cuanto política . Hay una construcción de lugares que asume tanto la cuestión de ánimo entrópico cuanto asistimos a la acelerada imposición de los no-lugares . De nuevo se plantea la pregunta por el hic et nunc de la obra de arte, qué tipo de presencia puede tener en la era de la digitalización de la mirada ; no cabe duda de que lo escultórico, en un sentido amplio, esto es, sometido a toda clase de mestizajes, es una de las salidas posibles del laberinto de la «enfermedad histórica», evitando tanto el cinismo cuanto una autoironización que nos llevaría a considerarnos póstumos. Son muchos los problemas que nos asedian y en ocasiones podríamos pensar que basta con desanudarlos. Baena no se detiene al dejar la cuerda sin el nudo, continua destrenzando, en un proceso paciente que describe como un «giro contradictorio» . Lacan recuerda en su análisis sobre la significación del delirio, un artículo de 1908 de Abraham en el que se describe el comportamiento de un demente precoz y de su desafectividad, a partir de su relación con los objetos: amontona durante meses piedra sobre piedra, guijarros vulgares que tienen para él el valor de un importante bien. A fuerza de amontonar tantas piedras sobre una tabla, ésta se quiebra con gran estrépito, barren todo y el personaje que parecía conceder tanta importancia a su tarea acumulativa no presta atención a lo que pasa ni protesta ante la evacuación completa de los objetos de su deseo. Sencillamente, vuelve a empezar y a acumular una tras otra las piedras: «darían ganas de hacer con este apólogo una fábula para mostrar que eso hacemos todo el tiempo. Diría más: acumular multitud de cosas sin valor, tener que pasarlas de un día a otro por pérdidas y beneficios, volver a empezar, es muy buena señal. Porque cuando el sujeto permanece apegado a lo que pierde, no puede soportar su frustración, es cuando podemos hablar realmente de sobrevaloración de los objetos» . Acaso lo único que podamos defender sea aquello por lo que la pasión se ha derramado: las obsesiones son la materia sobre la que el artista trabaja. Deleuze ha señalado que la repetición es la potencia del lenguaje, implicando una idea de creación siempre excesiva. Puede que la tarea esencial del arte sea hacer funcionar a la vez todas las repeticiones, con su diferencia de naturaleza y de ritmo, su divergencia y su descentramiento: «pues no hay otro problema estético que el de la inserción del arte en la vida cotidiana. Cuando más estandarizada aparece nuestra vida cotidiana, cuanto más estereotipada, sometida a una reproducción acelerada de objetos de consumo, más debe el arte apegarse a ella y arrancarle la pequeña diferencia que actúa en otra parte y simultáneamente entre otros niveles de repetición, e incluso hace resonar los dos extremos de las series habituales de consumo con las series instintivas de destrucción y de muerte, juntando así el retablo de la crueldad con el de la imbecilidad» . Pienso, en esta clave de repetición de desfondamiento en los planteamientos de Fernando Baena cuando crea un gran mural con las fotografías de cantidad de ejecutivos españoles, aparecidos en las páginas de negocios de un periódico. Esa vip people queda transformada en acumulación necrológica, recordando algunas piezas de Boltanski: un fotomatón en el que cualquier pretensión de fama queda arruinada. Hay algo en este comportamiento, que también podría ejemplificarse con la pieza en la que recicla virutas de caucho, de nominalismo obsesivo, aquel espectáculo de lo irracional (geométrico) que fuera el meollo del pensamiento plástico de LeWitt o Judd, para los que el orden consistía en «poner una cosa detrás de otra» . Las claves del intercambio, propio de la economía pero también del simbolismo, están sometidas a la parodia absoluta en esa actitud de desaprovechar espacios : biombos, paneles, almacenes de los trastos que andan por ahí tirados . Guidieri ha señalado que la estetización del mundo, radicalizada por el arte pop y especialmente por Warhol, lleva como su sombra un humor discreto, al límite de lo afectado, que expresa una deficiencia con respecto a cualquier profundidad y la dependencia hipnótica del aura que lo social deposita sobre las cosas: una especie de misterio que, hoy en día, tiene rol de radicalidad. Con respecto a la obra de Fernando Baena se puede hablar de una situación maquínica, en el sentido de Deleuze y Guattari: «el cuerpo sin órganos es lo improductivo; y sin embargo, es producido en el lugar adecuado y a su hora en la síntesis conectiva, como la identidad del producir y del producto» . No es el testimonio de una nada original, como si se tratara del resto de una totalidad perdida, ni tampoco una proyección o «imagen del cuerpo», es la maquinación de lo antiproductivo. En el centro de la economía está el fetiche, la reificación y el gasto, que en las claves de Fernando Baena quedan reducidos a potlatch: apropiar dilapidando, utilización de aquello que previamente ha perdido utilidad. Extraña apropiación del espacio en la que se produce una suerte de elogio de la inutilidad e incluso una delimitación que cuestiona al que penetra en ese lugar, tal y como sucede con la línea de azufre que remite a una ratas o cucarachas que «están por llegar». Sin embargo, Fernando Baena exhibe en sus obras el trabajo, lo descomunal de la tarea que emprende que para algunos será emblemática de lo «absurdo». El artista está, ciertamente, dislocado y sus propuestas tendrían que entenderse, según él mismo advierte, como chapuzas o excrecencias . Las revelaciones son crudísimas, por ejemplo, el Promedio de color de la Historia de la Pintura nos recuerda el cromatismo de la mierda, lo que ahorra retórica o silogística a los becarios del paradigma escatológico. Las modificaciones o tergiversaciones espaciales que practica Baena deben entenderse como obras de arte saturadas . Restos, límites, procesos e insistencias, maniobras de un experto en demoliciones, albañilería fina.

«El verdadero lujo y el potlatch profundo de nuestro tiempo se encuentran en el miserable, es decir, en el que se arroja al suelo y se margina. El lujo auténtico exige un completo desprecio de las riquezas, la adusta indiferencia de quien rehusa el trabajo y hace de su vida, de una parte un esplendor infinitamente ruinoso y, de otra parte, un insulto callado a la mentira laboriosa de los ricos. Más allá de una explosión militar, de una mistificación religiosa y de una malversación capitalista, nadie en el futuro podría volver a encontrar el sentido de la riqueza, lo que presagia de explosivos, de prodigio y de desbordante, si carece del esplendor de los andrajosos y de la sombría provocación de la indiferencia. Finalmente, si queremos, la mentira consagra la exhuberancia de la vida a la revolución».
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